Valentina Marulanda
Valentina Marulanda o la exaltación de la cultura
Nada más difícil que
tratar de escribir algo substancial, que esté por lo menos medianamente a la
altura de una mujer como Valentina Marulanda, que se empinó muy por encima del
común, sumergiéndose en las profundidades de la filosofía, la música y el arte,
tal vez las más bellas y delicadas expresiones reservadas a vidas densas y sensibles. En ella
se conjugaron los esquivos dones de la
belleza, la inteligencia, la persistencia y la dulzura, para alcanzar la cumbre
de la aristocracia intelectual, haciendo de su vida una hermosa partitura convertida
en obra de arte por la magia de la filosofía y del conocimiento universal.
Quizá no haya en
éstos contornos, alguien que pueda emular su talento, ni muchísimo menos intentar con plena
autoridad, encontrar la recóndita interrelación entre las sinuosidades de
filosofía, con la sublime esencia de una partitura genialmente interpretada,
como ella logró hacerlo, criterio
entregado con el depurado ejercicio de una prosa afinadamente construida.
Ocupó altísimas posiciones culturales a nivel nacional e internacional. Viajó
por el mundo absorbiendo paisajes, monumentos, culturas y sabidurías,
extasiándose con las grandes sinfónicas, filarmónicas y directores, visitó
museos, escudriñó bibliotecas, incursionó en la radio como exitosa productora,
disertó, sobresalió en la cátedra y como conferencista; abrevó en las fuentes
de la literatura, degustó de la más fina gastronomía porque, según ella: “En
torno a la cocina y la mesa se articulan en buena medida la vida cotidiana,
social y productiva, el ritual, el ocio, el placer, el poder y el imaginario…”,
es decir, alcanzó la más alta cresta de
la sapiencia, de la perfección, del conocimiento, únicas cualidades que de verdad liberan, alejan la mezquindad
y acercan a los seres humanos a la divinidad.
Su nobleza se expresa en la sensibilidad y ella
de eso si tenía por montones: se inició como periodista en el diario La Patria; sus artículos y ensayos caracterizados
por una enorme lucidez conceptual, fueron divulgados en la revista Aleph de la Universidad de Antioquia,
que buscó fortalecer el entusiasmo por nuestros propios valores. En Fabularia, fecundo experimento que
alentó con todo entusiasmo Octavio Arbeláez, ejercitó la péñola catapultándose
hacia la cumbre de los reconocimientos intelectuales; en Gaceta importante y prestigiosa
publicación de Colcultura, impuso su estilo personal, convirtiéndose en obligada referencia para los
lectores; en Papel Salmón de La Patria, dejó para la
posteridad artículos y columnas especializadas en los temas de su preferencia; en Exceso
célebre revista venezolana fundada
por Ben Amí Fihman dedicada a la exaltación de los más altos fastos humanos,
participó durante largo tiempo, irrumpiendo con atrevidos juicios vivenciales
para deleite de los críticos; en la Editorial Angria especializada en la publicación de libros y poesía, se
convirtió en alma y nervio. Fueron además muchísimos los artículos suyos publicados en periódicos como El Espectador y El Tiempo, en revistas especializadas y en otros periódicos y
publicaciones.
Sus inquietudes intelectuales fueron insomnes, bien fundamentadas,
vigorosas y aplaudidas; sus desempeños
estuvieron siempre relacionados con el arte y las humanidades, en la Biblioteca
“Luis Ángel Arango” en Bogotá y Manizales, trabajó inteligente y denodadamente por
revitalizarla habiendo cumplido su objetivo, luego lo haría con acierto en la
Biblioteca Nacional de Venezuela, por largos años, imprimiéndole una dinámica
moderna colocándola como modelo a nivel continental.
Su espíritu creador y
sensible, no se detiene en la cotidiana labor ejercida como Atalaya de la
cultura, en torno a las actividades antedichas; por el contrario, prolonga la agitación de su mente formidable
saturada de vastos conocimientos, en libros
que son auténticas canteras de investigación
y enseñanza, “Primera vista y otros sentidos”, recopila cuidadosamente ensayos
y artículos sobresalientes, de diversos temas; “La razón melódica –Filosofía, música,
lenguaje”, tal vez el trabajo más enjundioso
en su género escrito en éstas latitudes, ganador de un concurso de ensayo realizado en Venezuela y editado
por la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Pero las ganas de bogarse el mundo
con sensaciones, conocimiento, análisis y ecuaciones, es decir, de ser una
mujer universal, de insaciable sapiencia, la llevó a incursionar en aspectos
tan novedosos y aparentemente extraños, como
profundizar en la relación existente entre la gastronomía y la vida, entre
la evolución y la cocina, entre las artes y la buena mesa, introduciendo en su
teoría, elementos como la música y los
cambios sociales en un tema que parecía
ser reservado únicamente para deleite de sibaritas y alquimistas de la
cocina.
Nació en Salamina,
cuando una aristocracia arcaica dominaba el escenario local, sin que Valentina
se dejara permear por ella; vivió en toda intensidad los alterados años
sesenta, cuando la modernidad se partía en dos y, una juventud contestataria y
rebelde hacía valer su condición de
protagonista de primer orden en el nacimiento de nuevos estándares sociales,
políticos y culturales, mientras los mantenedores de los viejos criterios, se escandalizaban viendo caer
anacrónicas estructuras. Una vez
titulada en Filosofía y Letras
por la Universidad de Caldas, al tiempo que terminados sus estudios de piano y
de solfeo, intensifica denodadamente su accionar cultural imponiendo su
estatura intelectual, en cuanto escenario hubo de actuar.
Ninguna faceta del
conocimiento le fue esquiva: ofició la crítica del arte, separando la morralla, de la
jerarquía artística que verdaderamente conmueve; melómana consumada, paseó la
exquisitez de su conocimiento musical, por los círculos especializados, dejando
una impronta crítica sobre orquestas y compositores, sobre sinfónicas y directores, diseccionando
partituras, interpretaciones y
materiales melódicos, sobre el vasto e inacabable mundo de la eufonía, partiendo de obras archiconocidas
del catálogo clásico, pasando por
repertorios
ultra-románticos, selecciones
desconocidas, pintorescas o poco
difundidas, aleccionando sobre cada una de ellas; halló nuevos
caminos para descifrar las complicadas ligazones existentes entre el
arte, la música, la literatura y la filosofía, añadiendo particulares
concepciones lógicas, metafísicas y simbólicas, legándonos la interpretación
acertada a tan exquisitos manjares del espíritu.
Nadie sospechó de sus
dolencias cuando en septiembre pasado, llegó a Manizales procedente de Caracas,
con el fin de dictar un taller de ópera en la Universidad de Caldas, sonriente,
amable, brillante, sabia e ingeniosa, estaba en el mejor momento de su carrera
intelectual, sin que diera muestra alguna de su delicado estado de salud; no
había renunciado a su condición de ínclita guerrera, era una hermosa estoica,
que supo escanciar hasta el último momento todo lo bello de la vida, rumores,
colores, texturas, sabores, ternezas y sinsabores, que también para Valentina,
sirvieron de aprendizaje; fue una humanista integral que se rodeó siempre de
reconocidos intelectuales y personalidades nacionales e internacionales, en
todos los campos del saber, sin que por eso, olvidara el trato amable, sincero
y apremiante, con estudiantes, cultores de sus disciplinas, amigos ocasionales
y con quien precisara de sus atinados conceptos.
Le queda a Salamina
la inaplazable tarea de hacer conocer su obra, podría ser, realizando por lo
menos un conversatorio con quienes la conocieron y fueron sus amigos y contertulios,
adelantando además una campaña, para
repatriar sus cenizas que deberán reposar al lado de Agripina Montes del Valle,
quienes le dieron: “. . .presencia a la
ciudad y al país en todo el mundo”. Murió en Caracas, el 10 de octubre de
2.012, a la edad de sesenta y dos años; un negro crespón cruza el aterido
corazón de la Patria.
Fernando Macías Vásquez.
Manizales, octubre 11 de 2.012.
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