miércoles, 23 de enero de 2013

Valentina Marulanda


Valentina Marulanda o la exaltación de la cultura

Nada más difícil que tratar de escribir algo substancial, que esté por lo menos medianamente a la altura de una mujer como Valentina Marulanda, que se empinó muy por encima del común, sumergiéndose en las profundidades de la filosofía, la música y el arte, tal vez las más  bellas y  delicadas expresiones  reservadas a vidas densas y sensibles. En ella se conjugaron los  esquivos dones de la belleza, la inteligencia, la persistencia y la dulzura, para alcanzar la cumbre de la aristocracia intelectual, haciendo de su vida una hermosa partitura convertida en obra de arte por la magia de la filosofía y del conocimiento universal.

Quizá no haya en éstos contornos, alguien que pueda emular su talento,  ni muchísimo menos intentar con plena autoridad, encontrar la recóndita interrelación entre las sinuosidades de filosofía, con la sublime esencia de una partitura genialmente interpretada, como ella logró hacerlo, criterio  entregado con el depurado ejercicio de una prosa afinadamente construida. Ocupó altísimas posiciones culturales a nivel nacional e internacional. Viajó por el mundo absorbiendo paisajes, monumentos, culturas y sabidurías, extasiándose con las grandes sinfónicas, filarmónicas y directores, visitó museos, escudriñó bibliotecas, incursionó en la radio como exitosa productora, disertó, sobresalió en la cátedra y como conferencista; abrevó en las fuentes de la literatura, degustó de la más fina gastronomía porque, según ella: “En torno a la cocina y la mesa se articulan en buena medida la vida cotidiana, social y productiva, el ritual, el ocio, el placer, el poder y el imaginario…”, es decir, alcanzó la más alta  cresta de la sapiencia, de la perfección, del conocimiento, únicas cualidades  que de verdad liberan, alejan la mezquindad y  acercan a los seres humanos  a la divinidad.

Su  nobleza se expresa en la sensibilidad y ella de eso si tenía por montones: se inició como periodista en el diario La Patria; sus artículos y ensayos caracterizados por una enorme lucidez conceptual, fueron divulgados en la revista Aleph de la Universidad de Antioquia, que buscó fortalecer el entusiasmo por nuestros propios valores. En Fabularia, fecundo experimento que alentó con todo entusiasmo Octavio Arbeláez, ejercitó la péñola catapultándose hacia la cumbre de los reconocimientos intelectuales; en Gaceta  importante y prestigiosa publicación de Colcultura, impuso su estilo personal,  convirtiéndose en obligada referencia para los lectores; en Papel Salmón de La Patria, dejó para la posteridad artículos y columnas especializadas en los temas de su preferencia;  en Exceso  célebre revista venezolana fundada por Ben Amí Fihman dedicada a la exaltación de los más altos fastos humanos, participó durante largo tiempo, irrumpiendo con atrevidos juicios vivenciales para deleite de los críticos; en la Editorial Angria especializada en la publicación de libros y poesía, se convirtió en alma y nervio. Fueron además muchísimos los artículos suyos  publicados en periódicos como El Espectador y El Tiempo, en revistas especializadas y en otros periódicos y publicaciones. 

Sus inquietudes intelectuales  fueron insomnes, bien fundamentadas, vigorosas y aplaudidas;  sus desempeños estuvieron siempre relacionados con el arte y las humanidades, en la Biblioteca “Luis Ángel Arango” en Bogotá y Manizales, trabajó inteligente y denodadamente por revitalizarla habiendo cumplido su objetivo, luego lo haría con acierto en la Biblioteca Nacional de Venezuela, por largos años, imprimiéndole una dinámica moderna colocándola como modelo a nivel continental. 

Su espíritu creador y sensible, no se detiene en la cotidiana labor ejercida como Atalaya de la cultura, en torno a las actividades antedichas; por el contrario,  prolonga la agitación de su mente formidable saturada de  vastos conocimientos, en libros que son  auténticas canteras de investigación y enseñanza, “Primera vista y otros sentidos”, recopila cuidadosamente ensayos y artículos sobresalientes, de diversos temas; “La razón melódica –Filosofía, música, lenguaje”, tal vez el trabajo más enjundioso  en su género escrito en éstas latitudes,  ganador de un concurso  de ensayo realizado en Venezuela y editado por la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Pero las ganas de bogarse el mundo con sensaciones, conocimiento, análisis y ecuaciones, es decir, de ser una mujer universal, de insaciable sapiencia, la llevó a incursionar en aspectos tan novedosos y aparentemente extraños, como   profundizar en la relación existente entre la gastronomía y la vida, entre la evolución y la cocina, entre las artes y la buena mesa, introduciendo en su teoría,  elementos como la música y los cambios sociales en un tema que parecía  ser reservado únicamente para deleite de sibaritas y alquimistas de la cocina.

Nació en Salamina, cuando una aristocracia arcaica dominaba el escenario local, sin que Valentina se dejara permear por ella; vivió en toda intensidad los alterados años sesenta, cuando la modernidad se partía en dos y, una juventud contestataria y rebelde hacía valer  su condición de protagonista de primer orden en el nacimiento de nuevos estándares sociales, políticos y culturales, mientras los mantenedores de los viejos  criterios, se escandalizaban viendo caer anacrónicas estructuras. Una vez  titulada en   Filosofía y Letras por la Universidad de Caldas, al tiempo que terminados sus estudios de piano y de solfeo, intensifica denodadamente su accionar cultural imponiendo su estatura intelectual, en cuanto escenario hubo de actuar.

Ninguna faceta del conocimiento le fue esquiva: ofició la crítica  del arte, separando la morralla, de la jerarquía artística que verdaderamente conmueve; melómana consumada, paseó la exquisitez de su conocimiento musical, por los círculos especializados, dejando una impronta crítica sobre orquestas y compositores,  sobre sinfónicas y directores, diseccionando partituras, interpretaciones  y materiales melódicos, sobre el vasto e inacabable mundo de la  eufonía, partiendo de obras archiconocidas del catálogo clásico, pasando por  repertorios  ultra-románticos,  selecciones desconocidas, pintorescas  o poco difundidas, aleccionando sobre cada una de ellas;   halló nuevos caminos para  descifrar  las complicadas ligazones existentes entre el arte, la música, la literatura y la filosofía, añadiendo particulares concepciones lógicas, metafísicas y simbólicas, legándonos la interpretación acertada a tan exquisitos manjares del espíritu.

Nadie sospechó de sus dolencias cuando en septiembre pasado, llegó a Manizales procedente de Caracas, con el fin de dictar un taller de ópera en la Universidad de Caldas, sonriente, amable, brillante, sabia e ingeniosa, estaba en el mejor momento de su carrera intelectual, sin que diera muestra alguna de su delicado estado de salud; no había renunciado a su condición de ínclita guerrera, era una hermosa estoica, que supo escanciar hasta el último momento todo lo bello de la vida, rumores, colores, texturas, sabores, ternezas y sinsabores, que también para Valentina, sirvieron de aprendizaje; fue una humanista integral que se rodeó siempre de reconocidos intelectuales y personalidades nacionales e internacionales, en todos los campos del saber, sin que por eso, olvidara el trato amable, sincero y apremiante, con estudiantes, cultores de sus disciplinas, amigos ocasionales y con quien precisara de sus atinados conceptos. 

Le queda a Salamina la inaplazable tarea de hacer conocer su obra, podría ser, realizando por lo menos un conversatorio con quienes la conocieron y fueron sus amigos y contertulios,  adelantando además una campaña, para repatriar sus cenizas que deberán reposar al lado de Agripina Montes del Valle, quienes  le dieron: “. . .presencia a la ciudad y al país en todo el mundo”. Murió en Caracas, el 10 de octubre de 2.012, a la edad de sesenta y dos años; un negro crespón cruza el aterido corazón de la Patria.

Fernando Macías Vásquez.
Manizales, octubre 11 de 2.012.

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