viernes, 10 de agosto de 2012


                                              El blanqueado o la dulzura de la caña

Bajo el fuerte sol del mediodía, Jorge Eliécer Soto, de 64 años, en un cobertizo cubierto con hojas de zinc y parado en guaduas, en su finca La Peña. Coge unos pedazos de leña y se los mete al pequeño horno que tiene allí a un lado de la cocina, cerca a la vía que de Salamina lleva a La Merced. La miel de caña espesa y traslucida con el fuego brilla y burbujea. Solo él conoce el secreto y sabe cuando esta a punto. Mira y sonríe, seca un poco el sudor de su frente, se levanta un poco el sombrero de paja y con mano firme la derrama con rapidez sobre una reluciente plancha de cemento. La miel delgada y transparente ahora es del color del vino. La deja reposar un poco y luego aun caliente comienza a recogerla. Se acerca a una horqueta de madera montada sobre una guadua y la comienza a estirarla con movimientos rítmicos y seguros. Ella dócil se deja moldear y lento cambia de color. En un momento es oro derretido que destila dulzura. Ese jugo de caña, bajo las manos sabias se convierte en  delicioso blanqueado.

Su vida

De este producto vive hace 4 años, además de darle satisfacción su elaboración, le proporciona el sustento para él y su esposa. Una mujer morena,  sencilla y diligente, que le ha ayudado en todo hace 42 años. Le dio cuatro hijos, dos de ellos dedicados a la agricultura, uno a la construcción y una hija ya casada.
“A pesar de tanta pobreza he vivido feliz”, dijo Jorge Eliécer y es que su vida no es fácil. Nació en Pacora. Siendo aun niño sus padres lo trajeron a vivir a Salamina. El terreno donde tiene su casa es una roca, de ahí el nombre de su finca. Se lo regalo su padre.
Cuenta que se iba para las fincas con su esposa a trabajar como agregado durante dos o tres años, recogía unos pesos, volvía a su finca y hacia una pieza, luego de 6 meses de trabajo se iba de nuevo y así durante 20 años, hasta que la terminó de construir. Sus primeros dos hijos vivieron de aquí para allá, pero a los dos últimos les toco vivir en la finca La Peña. Casa que hoy se encuentra en malas condiciones y según sus palabras “se esta cayendo a pedacitos y no tiene como arreglarla”, aunque entre sus planes esta el desbaratarla y levantar una nueva. Hace cerca de cinco meses vino su hija a visitarlos, cerca de la media noche, la despertó un fuerte remesón. Ella pensó que era un temblor, pero su padre le explicó que era el caballete de la casa que estaba podrido. Al otro día madrugó y le dijo que “estar allí era un peligro” y se marchó. La finca tiene dos hectáreas y esta sembrada de caña en su totalidad. Además tiene unas cuantas gallinas; dos perros, uno de ellos blanco, pequeño y bullicioso y una mula grande que le ayuda con la carga. La vivienda en la parte de atrás da sobre el río Chamberi, que a la distancia se dirige rumoroso hacia un horizonte desdibujado en azul, bajo el sol esplendoroso y agobiante de las dos de la tarde. Una chambrana pintada de rojo la separa del patio. Hay matas de geranio colgadas en macetas desde el techo y una pequeña jaula de alambre llena de pájaros y en el extremo de la casa, una pequeña cocina con fogón de leña y unos cuantos trastos de aluminio.

El trapiche

Antes trabajaba hasta los domingos, pero hace un poco más de cuatro años, comenzó a montar el trapiche panelero. “Pero sufrí mucho”, dijo. Tiene seis fondos, una maquina para moler, el motor. Dice que aun le faltan cosas para que todo quede como debe ser, pero que no es por gusto, sino porque no tiene con que hacerlo. Aun así debe continuar trabajando y producir.
De cada cosecha hace tres o cuatro moliendas cada seis meses. Por temporada puede llegar a producir hasta 25 pacas de panela, para vender cada una a 33 mil pesos, dependiendo del momento y de los precios en el mercado. Durante el año además tiene que recoger dinero para pagar una deuda al banco, que le prestó para arreglar el horno del trapiche. “Uno por pagar una deuda se somete a pasar hambre”, dijo.

Los blanqueados

Cuando comenzó a hacer el montaje panelero, se le ocurrió la idea de producir blanqueados. Le comento a su padre, quien le dijo: “Mijo, a quien le va a vender eso”. Sin embargo no se desanimo y compro un canasto grande que tuvo durante un tiempo guardado en el zarzo de su casa.
Desde entonces no corta parte la cosecha. De la que cada semana muele un poco. Hace los blanqueados los miércoles, viernes y sábados. Su mujer le ayuda. En ocasiones hasta 50 unidades, que vende a 200 pesos y paquetes de a cinco unidades a mil pesos. Cuando hay partidos de futbol en el estadio Manuel S. Gómez de la localidad, coge su canasta y se a  vender su producto.
 Como solo depende de la caña, a veces la situación económica se torna difícil. Es aquí cuando lleva los blanqueados a Coomersa, una cooperativa que agremia a paneleros y agricultores de la región. “Yo tiro medidas a ver que puedo traer, entonces allá me fían el mercado y yo sigo pagando”, dijo.
Los trapiches comunitarios
“Muy bueno lo de los trapiches comunitarios. Hay tanto pobre que no tiene donde moler y ahí se recogen todos”, dijo y luego agrega “yo he oído decir que el gobierno no va a ayudar a los trapiches individuales. Nosotros también tenemos muchas necesidades. La estancia esta mas o menos bien, pero para beneficiar la panela estamos muy atrás”, precisa que en su trapiche hace falta el cuarto de moldeo, cerrar la enramada, instalar servicios y agua corriente. Que hasta ahora no le han prohibido sacar panela, pero que si le han insistido mucho y hasta regaños se ha ganado, por lo de la higiene en la producción. Él se preocupa mucho y coloca todo de su parte para mejorar y así ir acabando con la forma machetera con la cual se trabajaba antes.

Necesidades

Solicita de parte del gobierno una ayuda, ya que lo que necesita es plata. Y precisa: “somos muchos en esta situación, se trabaja a la brava y con necesidades”. Se sube un poco el sombrero, sale al patio y señala a la distancia, sobre el cañón del río Chamberi, extenso y caluroso, y explica “todo eso que se ve esta sembrado de caña y muchas de esas fincas son de mis familiares”, luego voltea y dijo: “es muy bueno sacar uno su propia panela. No creo que nos vayan a atacar por los trapiches”.

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